Al cuarto de hora de salir de la ciudad de Machala se llega al cruce que desvía a Santa Rosa (sur), a Cuenca (este) o hacia Guayaquil (norte). Nos encontramos con las obras de ampliación de carriles de la ruta E25; en aquel momento estaban paradas las motoniveladoras Komatsu (japo) y compactadores de suelo vibratorios para roca, arena y grava. Luego veríamos los bloques de hormigón con la medianera vacía que cubrirían la tierra compactada y, finalmente, la carretera con el firme hormigonado sin pavimento asfáltico con jardineras separando los sentidos de circulación de esta autovía que no tenía peaje. Como he publicado en los posts anteriores la ruta desde Guayaquil tiene unos cuantos peajes al ser concesiones privadas, pero esta obra parecía ser iniciativa del gobierno.
En la población de Santa Rosa las mejoras urbanísticas parecen no haber llegado y, cuando llueve (enero – abril) las calles se convierten en lodazales. Aún así, dispone de un aeropuerto regional con conexión Quito con dos vuelos diarios (07:45 y 20:00).
Por el momento la compañía TAME (Transportes Aéreos Militares Ecuatorianos) es la única aerolínea que ofrece servicios en Santa Rosa. Teniendo en cuenta que Machala, ciudad más grande y poblada cerró su aeropuerto en 2010, el de Santa Rosa es una gran opción para visitar toda la zona sur del Ecuador.
Los precios del billete varían según la anticipación de la compra; cinco días antes de la fecha de vuelo tienes este ejemplo.
El pasillo del autocar está vacio; se hace extraño cuando han llegado a haber una veintena de personas (no pude contarlas todas); con el ayudante yendo de aquí para allá cobrando, respondiendo preguntas, buscando cambio y otros quehaceres siempre con las palabras “mande” y “a la orden” en los labios antes de salir de su boca.
Los vendedores de comida y baratijas, en el interior del autobús, son otro tipismo de la ruta Guayaquil – Machala, aunque percibí menos cantidad, sorprendiéndome uno joven que cantó rap tratando de vender al personal sus “si-dis”. No lo hacía mal pero no se dirigía al público adecuado. Quedó patente al minuto, se contentó con hacer acto de presencia y se bajó dos kilómetros después de donde lo recogió el conductor.
Los raperos no tienen buena fama en Ecuador, están asociados a pandillas de maleantes y asesinos; el autocar estaba más bien lleno de madres y familias acongojadas porque uno de sus hijos pueda acabar en una de esas bandas, ya que los cabecillas los buscan en la preadolescencia. En todo caso antes de tener 18 años, que es cuando la ley considera mayor de edad a un ciudadano y las penas por delito son mayores.
De los coches, dos cabinas, camionetas, furgonetas, camiones, ¿qué voy a decir? Nada ha cambiado. Se pasan las reglas circulatorias por el forro; circulan hasta sin matrícula; no hacen ni caso de la señalética inmejorable existente en las carreteras, un detalle que ha cambiado mucho desde que estuve la primera vez en Ecuador. Los carros adelantan como y cuando les da la gana y, ahora que tienen vías más anchas, con más carriles y mejor calzada van más rápidos que nunca, es decir, son más peligrosos. Entre estos los conductores de autocares siguen a la cabeza. Igual que en mayo de 2007. En fin, llegamos a Arenillas, última etapa antes de la meta en Huaquillas.
Tras Arenillas se nota que nos acercamos a Huaquillas y, por consiguiente, a la frontera peruana: los controles militares son, sobre todo, aduaneros.
Arribo al pueblo de Huaquillas a las 17:08 habiendo salido al mediodía desde Guayaquil. Aún quedan diez minutos más hasta la terminal de buses de Ecuatoriano Pullman ya que Huaquillas no tiene terminal terrestre para estacionar a los autocares de todas las cooperativas de transporte. Lo primero que me saluda es el edificio blanquiazul de la UPC (Unidad de Policía Comunitaria), de una arquitectura idéntica a la que veré en muchas poblaciones ecuatorianas y de reciente construcción. Seguridad para todos ante todo.
Nada más bajar del autocar pregunto cómo ir al “Bosque petrificado de Puyango”. Mañana sale un bus de la cooperativa “Transportes Loja” a Alamor a las ocho menos cuarto. “En punto”, me señalan. Quiero comprar el billete. “Mañana”. ¿Dónde?. “Mañana”. ¿Cómo se llega al “Bosque petrificado”? “El carro [autocar] parará hacia las 11 en un puente que separa El Oro de Loja, al lado de un puesto militar; desde allí una hora caminando hasta la entrada”. ¿Cómo regreso? “Cooperativa CIFA tiene un carro que viene de Puyango y llega a Arenillas”. ¿No llega a Huaquillas?. “No”. ¿A qué hora pasa? “Unas veces a la una y media, otras a las dos”. Muy justo de tiempo para ir al bosque petrificado, verlo y regresar. ¿Si pierdo el autobús de CIFA?. “Hasta el día siguiente no pasa otro”. ¡Collons!. ¿Dónde dormiría?. Nadie responde. ¿Y una vez en Arenillas?. “Allí hay más cooperativas que trasladan pasajeros a Huaquillas”. Esto es aventura.
Ahora toca buscar un hotel donde pernoctar, tarea en la que empleo una hora larga y unos cinco hoteles u hostales examinados. Uno familiar casi me convence: habitación espartana pero limpia, con un lavabo y váter dignos de ese nombre, en la última planta del edificio: el ejercicio no es malo y el precio de 8$ estaba genial, sin embargo, no tenía agua caliente. NIET.
Estamos en el sur costeño de Ecuador con temperaturas por encima de los 20ºC todo el año, pero al anochecer refresca en Huaquillas separada del océano por islas de manglar. Por otro lado una ducha caliente viene bien tras cualquier viaje. Sin descansar seguí preguntando con el anochecer ya encima; finalmente encontré, por cansancio y casualidad, el hotel L’Moned llevado por dos mujeres. Eso ya me inspiró confianza; tras ver las habitaciones limpias y el cuarto de baño aprobé el precio de 20$ por día. Caro para el viaje planeado aunque asumible; no tuve elección a pesar de que en Huaquillas no faltan hoteles ni hostales donde pernoctar. El hotel está en el centro cerca del puente internacional; la hora; el agotamiento físico; todavía tenía que comer algo (un bollo de pan), todo se juntó. Además, mañana temprano tenía que irme para saldar una cuenta pendiente del 2007: el Bosque petrificado de Puyango.
El viaje de las dos lamentaciones 